José González Marín: recordando a un hombre bueno
Reseña sobre el autor: TOMÁS SALAS
Álora (Málaga) 1960. Profesor de Lengua en la Enseñanza Secundaria. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga. Directivo de Guadalpyme. Colabora con artículos de opinión en prensa y en algunas webs sobre temas culturales, socio-económicos, históricos. Publica, además, trabajos de investigación en algunas revistas.
La casa del rapsoda cartameño José González Marín (1889-1956) se encuentra en la zona antigua de Cártama, cercana a la la iglesia parroquial, en un lugar donde las raíces históricas de este pueblo malagueño están palpables. Cruzar la cancela de la puerta es como entrar a otra época, como dar un salto mágico en el tiempo. Cientos de recuerdos, obras de arte, fotos, documentos… todo un legado que nos habla de un hombre que, en la primera mitad del siglo XX, llevó la poesía a cientos de teatros españoles y americanos, con un éxito masivo y que tuvo multitud de reconocimientos oficiales. Sin embargo, hoy, más que al personaje público y al artista, buscamos al ser humano, al vecino amigo de sus paisanos, al marido, padre y abuelo, al amigo.
Estamos con su nieta Isabel Morales González
Isabel tiene el rostro aguileño y vivaz de su abuelo y, además, es una estupenda rapsoda; con Juan Navarrete, marido de su otra nieta, María Dolores, y archivo viviente de la vida y obra del artista, y con Paco Baquero, amigo y acompañante de González Marín y estudioso y divulgador de su figura. Aparte de multitud de artículos, ha escrito El juglar y la Virgen Peregrina (2010).
Un despacho-museo
Entramos al despacho de González Marín, donde hay prácticamente material para un museo. Juan Navarrete, que tiene una magnífica memoria nos muestra y explica algunos de los tesoros que se guardan aquí. Retratos dedicados de jefes de estado, políticos, escritores (incluyendo algún Premio Nobel), personalidades del mundo social y económico, los espectaculares sillones donde se sentaron los Reyes para la inauguración del Caminito del Rey, cartas diversas (una curiosísima de la pintora malagueña Mari Pepa Estrada, escrita modo de jeroglífico), un poema manuscrito inédito de Rafael Alberti, un retrato dedicado de García Lorca, hasta una camisa usada por el Rey Alfonso XIII… A ello se aúnan una serie de documentos, entre ellos, su repertorio de poemas, en varios tomos, escritos a máquina con anotaciones manuscritas. Nadie que no lo sepa puede sospechar que en una casa particular de un pueblo malagueño se escondan estos tesoros históricos y artísticos.
Nos sentamos en este despacho-museo y hablamos con nuestros tres anfitriones. Pedimos que nos hablen de González Marín en su ámbito familiar, como vecino. Su nieta Isabel nos dice: “Era un persona perfectamente normal, sencillo, cariñoso”. ¿Y cómo vecino, como cartameño? Pues, lo mismo. El se movía por su pueblo como uno más, sin hacer ostentación de su personalidad de gran artista y de persona que se codeaba con los más altos niveles sociales y políticos. Nos cuentan que en Cártama se lo conocía por el nombre de “Pepito Frías” , que le venía de un antepasado suyo. Paco Baquero nos recuerda que, al estar en posesión de la Medalla de Isabel la Católica, tenía el tratamiento de Ilustrísimo Señor. Pero él se apeaba de este como de otros títulos para tratar con sus vecinos.
Un hombre servicial
¿Ayudaba a sus paisanos? Nos contestan todos que lo hacía continuamente. Su posición económica, sus muchos contactos en la vida pública le servían para beneficiar a más de un cartameño que se encontraba en apuros. En algunos casos, la ayuda económica que era muy importante en un tiempo de tanta pobreza. Un vecino de conducta bastante irregular fue sacada varias veces de prisión gracias a sus gestiones. Cuando la pobre madre acudía una vez más a González Marín, él le decía: «Bueno, dónde hay que ir ahora por tu hijo?». Era lo que se llama un hombre servicial.
También me consta, por los testimonios de quienes le trataron, que era una persona de profundas convicciones religiosas. Es sabido que, durante la guerra civil española, se llevó, para salvarla de una destrucción más que probable, la imagen de la Virgen de los Remedios a sus viajes americanos y vuelve con ella en 1938, todavía en plena guerra. Paco Baquero, que entonces era una niño, tiene el recuerdo vivo de aquel 8 de febrero de 1938, cuando la Virgen vuelve a Cártama. Recuerda que las palabras de González Marín fueron las de un hombre bueno: la Virgen venía a sanar las heridas de todas las familias que habían sufrido, de uno y otro bando; venía a traer la reconciliación. Más que un discurso triunfalista, fueron las palabras de una persona con hondos valores. Pienso que no se ha dado la importancia debida a las palabras que aquel dïa pronunció. Quizá fue -en plena guerra, cuando aún están vigentes el sectarismo y el radicalismo más extremo en ambos bandos- la primera vez que se exprese públicamente esta idea de reconciliación y superación de un conflicto que aún no ha terminado. Aquella noche -recuerda Paco- se la pasó rezando en la ermita, que estaba prácticamente destruida.
No sólo salvó una imagen muy querida por todos los cartameños, sino que evitó que se rompiese una tradición secular. Cártama tiene la suerte de contar con este gran personaje, que fue un artista único, sin apenas antecedentes ni continuadores, que alcanzó el máximo prestigio nacional e internacional y que, además, como hemos dicho, era una buena persona.